Madres de brazos vacíos



                                          Fotografía perteneciente a Alejandro Espinoza

A raíz de mi vagancia por las redes sociales, en específico de Facebook; me interesó un tema que compartió La Casa de los Abuelos sobre los Yaquis que fueron tomados prisioneros y vendidos como esclavos para el trabajo de las haciendas henequeneras durante el mandato de Porfirio Díaz, aunque la orden inicial fue el exterminio para despojarlos de sus tierras que en aquél entonces defendieron con su vida.

Alguna vez un ex compañero de clases me comentó sobre el trabajo de la Dr. Raquel Padilla Ramos, le busqué con google y apareció el libro que ahora tengo en mis manos desde el domingo pasado. El libro se intitula  Los Irredentos Parias, Los yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán, 1911. Acto seguido busqué el sitio del libro y contacté con la autora quien publica periódicamente información sobre su tema de estudio. Fue ella quien tuvo a bien comentarme que el libro lo podía conseguir en la librería del museo de Cancún que se encuentra en la Zona Hotelera, así que me organicé para asistir el fin de semana y hacerme de él.


El libro se compone de tres capítulos, en el primer capítulo me detuve en tres subtemas titulados “Estoicismo indio e inmunidad yucateca”,  “Angelitos de Dios” y “Mujeres”. La autora se explaya analizando las situaciones de enfermedad por fiebre amarilla de los niños yaquis, nos ofrece tres gráficas del AGEY donde podemos observar la mortandad de niños y niñas de 1900 a 1912;   y el papel de las mujeres  yaquis como parte fundamental de salvaguarda de la identidad yaqui.

Con la máxima “piensa mal y acertarás”, Padilla se aventura a lanzar conjeturas sustentadas en el contrapunteo de fuentes.


Cuando dije que me detuve en estos subcapítulos, lo dije porque en realidad me he tomado un tiempo para pensar en la información. Creo que me dio eso que llaman empatía –yo agregaría con los fantasmas-, quizá porque soy madre y me hice la pregunta obligada de si yo hubiese sido capaz de asesinar a mi hijo para evitar su terrible destino de esclavitud. Confieso que tuve pesadillas con la lectura que me sacaron un par…  bueno un llanto que hasta la fecha me causa incertidumbre de su real origen, en fin, no me detendré en ello.

A continuación transcribo una cita tomada del libro sobre un artículo que escribe el médico militar Manuel Balbás  respecto del combate de Mazocoba entre 1899 y 1901. Padilla retoma un fragmento del artículo donde Balbás narra la curación de un niño yaqui de cinco años que fue encontrado sobre una roca, al borde de un precipicio.

 
“Soportó la curación que le hice, sin exhalar queja. Corté los tejidos blandos que detenían el brazo muerto, ligué los vasos, llené, en fin, las indicaciones del caso, sin que, durante la operación, el niño manifestara emoción alguna. Sólo cuando le ofrecí agua rebeló un bosquejo de sonrisa en sus labios […] Este niño infeliz había permanecido muchas horas, quizá toda la noche, sentado en un peñasco suspendido en el abismo, sin poderse mover de allí; sufriendo el dolor físico de una enorme herida, y el pavor inmenso que una criatura debe experimentar en semejantes circunstancias. Y, sin embargo, este pequeñuelo estoico se manifestaba sereno y tranquilo. ¡De este temple es el carácter de esta raza!” (citado en Padilla: 53: 2011)



La mortandad de niños y recién nacidos yaquis –mayas desde luego- en Yucatán fue elevada. Morían por las condiciones insalubres y de miseria, otros murieron en el trayecto de la deportación a Sonora, a algunos más se les arrebató la vida  a manos de sus madres para evitarles la pena de vivir en un lugar desconocido despojados de todo.

Chepa Moreno, le narró a Holden Kelly que de sus siete hijos, seis fallecieron de camino a Sonora. Su primogénito tenía un año cuando murió de hambre y sed. Ella tuvo que dejarle solo, envuelto en un rebozo sobre una mesa blanca, ya que los soldados no dejaron que lo enterrara. Chepa se quedó con la idea de que se lo echaron a los perros (Padilla: 66: 2011).

Dominga Ramírez le relata también a Holden Kelley sobre el fallecimiento de su hermanito José, un recién nacido que arribó a la hacienda de Tanihil, Yucatán sólo para encontrar la muerte.

“El pequeño José siempre había sido delgado y enfermizo. Poco después de llegar a tanihil, Agustina [su madre] hizo arreglos para que le pusieran los rosarios, según el rito yaqui, y eligió a Magdalena y Velorio Valenzuela [yaquis también] como padrinos. Las continuas enfermedades que padecía el niño, obligaron a Agustina a hacerle una manda a un santo […] Adelina Caumea, la curandera yaqui, intentó sin éxito curarlo, con el tratamiento usual, de la caída de la mollera (caracterizada por una mollera oprimida o “caída” y por palpitaciones, náuseas, diarrea y fiebre [¿disentería?]. Murió tan tranquilamente que al principio no se dieron cuenta…” (citado en Padilla:67: 2011)


Enrique Flores Magón toma de su hermano Ricardo la anécdota escrita sobre una madre yaqui de Guaymas.

“Ella y los otros infelices se hallaban acampados, allí, esperando la llegada de un barco que los llevara a Salina Cruz. Imagínense a esta madre yaqui, meciendo a su hijito en los brazos, cantándole canciones de cuna en voz baja. De cuando en cuando se inclina tiernamente sobre el niño adormecido, y le roza la cabecita con los labios mientras las ardientes lágrimas le ruedan por las mejillas. De repente se alza, coge al niño por los pies, lo balancea en el aire describiendo un arco aterrador y aplastándole la cabecita contra la piedra, le hace saltar los sesos. Horrorizados, los soldados se acercan corriendo hacia ella. Lanzando un grito salvaje de “¡Libre!, ¡Libre!” Les entrega el cuerpecito. Mejor que verlo crecer esclavo, prefirió darle la libertad eterna.” (citado en Padilla: 68: 2011)

Los suicidios fueron otra alternativa para librarse del yugo, como la chica que al ver a su novio muerto se inclinó sobre el cadáver y acto seguido se levantó y corrió hacia el precipicio, o la doncella que se deja morir de hambre y de tristeza en una hacienda campechana. Corrían tiempos difíciles y no puedo imaginarme el grado de desesperanza por el que atravesó el pueblo yaqui.

Los estragos de cualquier guerra son terribles, y aún más cuando la abalanza no se inclina a favor de la autonomía de los pueblos originarios sino todo lo contrario, al despojo; un etnocidio en aras de llenar los bolsillos de unos cuantos.

Los yaquis, en especial las mujeres tomaron decisiones muy fuertes de supervivencia, ante las nulas opciones no les quedó de otra que la de vaciar sus brazos.
Padilla Ramos, Raquel. Los Irredentos Parias, Los yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán, 1911. México, INAH, 2011.

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