El Jardín de Soledad



¿Has oído el ruido que hace un corazón roto? Preguntó la abuela a Selene, ambas se encontraban en el jardín de Soledad, los grandes lirios de bermejos colores se inclinaban ligeramente al lado izquierdo, mientras abuela y nieta cortaban las hojas y ramitas secas.

Mi niña, la mirada se pierde en el blanco luminoso de la nada, se abre un portal de vacíos abisales y crees caminar en el fondo pero tan solo vas descendiendo en una espiral de incertidumbre, sientes el retumbar ligero y rápido de tu ilusión que se aleja, entonces bajas la mirada si acaso el rocío de un pensamiento acecha por el rabillo de tus ojos desesperados. Intentando hallar lo que callan los grillos por la noche, recuestas la cabeza sobre tu pulso condenado, le ves partir, comprendes que se ha ido con una promesa; juntas toda la miseria desperdigada y coses a tus pies un par de zapatos a la medida que un buen día dejan de quedarte…

Selene sonríe, sopla en la brisa tibia de primavera, un susurro que la pequeña no entiende, corta una flor y la coloca en una de las orejas de su abuela, a quien se le ha nublado la imagen de un recuerdo en pleno vuelo.


Ayer escuché su ruido. Vino a mí, como aleteo de ave herida, hojarasca de otoño, savia de árbol sin hojas, ninguna de ellas es más un pájaro, la filigrana de su esqueleto, siempre bello como el mar dentro de una caracola.

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