Adiós


Ese café del día anterior, el que no me importa tomar en la mañana de tu ausencia, desalmado y frío como luz afilada, mutila mi sombra al medio día.

Es bajar las escaleras, dar los buenos días al hombre de Vitruvio quien luce enaguas tejidas por una araña patona que se esconde ante mi gastada presencia. Sentada sobre la mesita de centro permanezco largo lapso frente a un librero que alberga mil mundos, repaso la mirada sobre los lomos buscando respuestas y siempre es la misma: me pongo de pie, tomo el libro naranja.

Todo es ruido… el otro día vi a un ave desplomarse desde muy alto, no tenía una patita y sus alas estaban severamente dañadas. Venía del mar, eso lo supe porque la sal la traía pegada en el pico y quiso cantar pero no pudo, en sus pequeños ojos se alejaba una barca sin tripulación, entonces tuve compasión y la llevé a casa.

Por las mañanas, durante siete días la alimenté, comió de mi mano, sus alas curé leyéndole historias del mar, antes de la media noche buscaba un lugar cercano a las caracolas, se acomodaba y cerraba los ojos. Cuando pudo volar fingió seguir lastimada, pasó un año hasta que la situación fue insostenible y a propósito me infringí una herida en cada mano, ya no podría alimentarle. Ella todos los días iba y venía, yo no entendía por qué regresaba pero el temor me invadía todas las tardes, antes de ocultarse el sol, mis pensamientos regresaban a tropel cuando escuchaba su aletear.

El día temido aconteció, no regresó, traté de continuar mi vida como había sido hasta antes de rescatarla, se me fueron un par de horas pensando en lo que sería de ella… al segundo día regresó pero ya no dejé abierta la ventana por donde entraba, ese día hubo tormenta y se quedó esperando fuera golpeando el cristal con el pico. Con la alborada, salí a ver si aún estaba ahí, cuando la vi, hice un ademán para ahuyentarla ¡Anda, vete! ¡Ave estúpida! ¡Lárgate! Alzó el vuelo no sin antes echarle una cagada a mi auto recién lavado ¡Ojalá te coma un minino! ¡Y si te vuelves a caer que nadie te ayude!

Caminaba por el tianguis, buscando libros viejos y baratos, un pasatiempo de fin de semana arraigado desde la primera infancia. Hice un alto en un puesto ante el estupor que me causó ver a mi amiga el ave, encerrada en una jaula tan sucia, con herrumbre y sin alimento; era ella, no tenía la pata izquierda, pregunté si estaba en venta el ave y la señora me dijo que no, que era su vieja mascota, insistí diciéndole que pagaba por su libertad, la señora se carcajeó profusamente y me dijo –Así como la ves, es una bribona, a veces la dejo en libertad para que se largue, es fea y vieja, quién la va querer así como está, sólo yo le soporto su amargura, su inutilidad, es más, le voy a abrir la rejita y si se va con usted, es suya- La ventera abrió la puerta chillona, acerqué mi mano pero mi amiga se quedó inmóvil, en sus ojos ya no estaba la barca, en su lugar sólo estaba una esfera hosca sin reflejo.

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