Más que un oficio
Viajé seis horas, transbordé, pasé un grato momento desayunando con los colegas, llegué al lugar con la emoción del oficio, me puse el overol de trabajo; me presenté con las autoridades, quienes nos estaban esperando e inicié el día laboral platicando con lo más pequeños.
-Hola, ¿cómo están?
-¡Bien!, contestan los más grandes al unísono.
-¿Cómo te llamas? (evitaré mencionar nombres)
-Y tú, ¿cómo te llamas?
-Yo me llamo Karen
-¿Traes comida? Tenemos hambre.
-No, ¿no han desayunado?, unos contestan sí, otros contestan riendo que no.
-¿Qué es lo que comieron?
-Frijolito.
-Arroz, mmm, que rico.
-Sopa nissin.
Muchos de ellos en edad preescolar, se encontraban sonrientes, un poco asustados y tímidos, ya que nuestra visita sorpresiva generó una dinámica fuera de su cotidianidad.
-¿Quienes van a la escuela?
-¡Yooo!, contestaron al unísono.
-¿Les gusta ir a la escuela?
-¡Sííí!
Luego pregunté a una de las madres más jóvenes y me dijo que los niños no van a la escuela, posteriormente pregunté a la mayor del grupo de mujeres, quien es una señora que no sobrepasa los 50 años de edad y afirmó que algunos van y otros no.
Me invitaron a comer frijoles de la olla con tortillas hechas a mano mientras intercambiábamos algunas palabras en maya y ellas en tzeltal, y me platicaban de las labores que realizan y de las carencias a las cuales se enfrentan en su calidad de familias migrantes sin garantías laborales de la cabeza de familia, en este caso, el jornalero cortador de caña de azúcar.
En este primer sondeo de investigación y documentación bibliográfica en gabinete, vamos planteando un protocolo que esperamos, tenga una utilidad más allá del de proveer información, una fuente más a un problema que lleva muchos años atrás en los procesos históricos de nuestro país.
Hay un proceso personal del cual casi nadie habla, es la parte que nos liga fundamentalmente al humanismo, hablo de la sensibilidad y empatía que se genera al relacionarse con el otro; difícil de procesar cuando son temas como la explotación laboral, analfabetismo, pobreza, escasez de agua, falta de servicios de salud, alimentación deficiente, etcétera; imposible no cuestionar las propias circunstancias y vernos inmersos en ese mismo devenir. Eso es lo que mueve al humanista, una profunda compasión que busca destilar su esencia en la capacidad para transformar de facto el mundo que le rodea.
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