Ojo de Sol

La pequeña Isabella se encontraba de mal humor, lloraba con mucho coraje, sofocada por el intenso calor. Su madre, quien ya no podía controlarle con paseos, cantos y vaivenes en la hamaca de crochet agua marina, resolvió sacarle al patio y situarla debajo de un árbol de grosella para que se tranquilizara con la escasa brisa de los otoños peninsulares.

La abuela Tina salió a platicar con su hija, la madre de Isa -como cariñosamente le dicen a la pequeña de un año- y al percatarse dónde se encontraba Isa, exclamó:

-¡Quita a la niña de allá!, acomódala más en la sombra.
-Mamá, está en la sombra.
-No, allá le está dando el ojo de sol

Por un momento pensé en la creencia del mal de ojo, en lo irascible que podría ser, tratar de protegerse del sol a toda costa o quizá el hecho de conseguir un amuleto que contrarreste  la maldad contenida en el astro solar.

-¿Ojo de sol?, cómo que ojo de sol, no entiendo.
-Si, mi abuelita Liberata que era maya así nos decía, el ojo de sol son esos pedazos de sol que escapan de las sombras.
-¿Y qué de malo tiene que le de ese poquito de sol?
-Nada, que le sigue dando el sol y no se le va a quitar el calor.

Con esta frase se me antoja una metáfora. Así, todo aquello que se encuentra bajo la sombra, devorado por la oscuridad, ausente de color, puede hallar un resquicio por el cual la claridad baña el pensamiento.


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