EL SECRETO MEJOR GUARDADO
Su nombre comienza con la letra E. Todavía puedo recordar las botas viejas de cuero café oscuro con las suelas desgastadas y manchas de lodo por todas partes, las agujetas eran unas tiras de tela deshilachadas, había perdido las agujetas tratando de amarrar unos encargos a su bicicleta; yo solía acompañarle parada detrás de él, cuando se cansaba, era yo quien manejaba, la mayoría de las veces terminaba los recorridos de ida y vuelta sin soltar el manubrio. Cuando llegaba a su casa, se quitaba las botas y las aventaba hacia la esquina de siempre, ese era su lugar, yo me recostaba en el suelo para leer mi libro de cuentos favorito; él reía cuando sacaba de mi mochila ese librito que papá un día me regaló, decía que esa basura no me serviría, que mi cerebro se estaría llenando de una viscosidad que con la edad se haría más difícil de quitar.
Su abuelo no sabía que fumaba, así que se las ingenió para guardar los cigarros en una lata de galletas danesas que consiguió en casa de su tía Jamila, quién todas las tardes invitaba a sus amigas a tomar el té y les ofrecía esas deliciosas galletas azucaradas, eran una delicia. Debajo de uno de los libreros estaba su escondite, muchas veces estuvo a punto de ser sorprendido por Don Julián, su abuelo materno, un señor que a pesar de la edad que tenía conservaba un semblante con garbo, unos escasos bigotes blancos y la coronilla pulida, como los franciscanos, reíamos cuando lo comparábamos en el silencio de la estancia. Una de las ventanas daba al patio trasero de la casa, por ahí se escapaba para llevarme a escondidas algunos dulces de nougat blanco con envoltorio de papel de arroz. -Los tomé de la despensa de mi tía Jamila-, musitaba con complicidad, -anda niña, cómetelos, que si nos pilla no me salvaré de una buena zurra-, ya sin miramientos, los metía a mi boca, él me observaba con esos ojazos marrones claros, sonreía al ver mis mejillas a punto de explotar; de pronto, se le ocurría hacerme cosquillas y yo de la risa terminaba escupiéndole en la cara parte de las golosinas.
El día de muertos pasó a mi casa como todos los años a dejar las velas de cera de abeja que le gustaba poner a mi mamá en su altar, pero ese día, tenía el rostro refulgente, le brillaban los ojos, cuando yo le hablaba parecía no escucharme y de lo eufórico que estaba brincó sobre mí, abrazándome tan fuerte que de momento mal interpreté el gesto, -¡Lilí, estoy enamorado!- gritó con vehemencia. -He visto pasar a la chica más hermosa de este lugar-, con una mueca que no terminó de ser sonrisa le dije que estaba contenta de que estuviera tan feliz, no era cierto. Desde aquél día se desaparecería temporada tras temporada. Abril fue su novia por tres meses, - nada serio-, dijo el muy taimado. Sin seriedad tuvo más parejas de las que le he podido contar.
Yo, en cambio, fui comprometida con su primo, Rolando Durán. Entre preparativos de la boda, pruebas de vestido y, cursitos de cocina y bordado llegaba a mi casa para llevarme los libros que le iba pidiendo, dejé atrás los cuentos para dar paso a la literatura en boga. Me enseñó a fumar una semana antes de la fiesta de despedida de solteros que su tía Jamila, -ahora mi tía también- organizó para nosotros los novios. Cof, cof, cof, los primeros dos días, ya para el quinto podía sacar humo hasta por la nariz. Nos divertíamos como cuando éramos unos niños, bien recuerdo aquellas salidas rumbo a la laguna para cazar lagartijas y pescar renacuajos, al terminar liberábamos a la mitad porque la otra ya había muerto con tanto manoseo.
Las tardes comenzaron a hacerse cada vez más cortas, las noches meciendo mis pechos sobre su barbilla húmeda y salada saturaron nuestros días... pero se fue sin decir ni una palabra.
Rolando puede pasar en la sobremesa más de cuatro horas ininterrumpidas platicando con su grupo de trabajo hasta que se percata que las nalgas se le han entumecido, cada vez que voltea a verme para ver si estoy poniendo atención a lo que dice, le sonrío aunque no tenga idea de lo que está vociferando. La tacita de té tornasol con un paisaje asiático me parece más interesante. Acaban de traerle un recado, no ha podido evitar su sorpresa, despide a sus invitados apresuradamente; yo entro a la estancia donde ya nos espera el abuelo Julián, sentado en el sillón rojo de cedro, con bastón en mano y una pipa, aspira profundamente y al sacar el humo nos va comunicando una noticia que me deja helada, Rolando estalla en risa, con sorna se ha referido a su primo -¡revoltoso de mierda!, te dije viejo, que tarde o temprano ese acabaría encerrado y desde ahora te comunico que no moveré ni un dedo para ponerlo en libertad-.
Don Julián no ha tenido tiempo para replicar, Rolando abandonó el lugar intempestivamente, dejándome con la palabra en la boca, intenté consolar al abuelo pero entre dientes me ha dicho que vaya a visitar a su nieto, pues le ha pedido ese favor pensando en que no saldrá de ese hoyo jamás. Accedí sin titubeo ir no una, sino varias veces por el resto del año en que él estuvo cautivo.
Rolando se enteró que le visitaba muy seguido, así que decidió desde su rancia celotipia, mover sus influencias políticas para liberarlo. El abuelo quedó satisfecho sin por ello cambiar sus sentimientos hacia Rolando. El día en que salió de la penitenciaría, Don Julián me invitó a ir por él, ya no era aquél chico desenvuelto, con garbo y de fuerte musculatura, en cambio, recibimos a un barbado, enjuto, con la mirada perdida y el ánimo silente. Le abrazamos cuando llegó a nosotros con sus escasas pertenencias, no habló en todo el camino a pesar de que el abuelo era el más entusiasmado en escuchar sus narraciones revolucionarias; yo, permanecí en silencio, a veces veía sus pequeños ojos marrones para encontrar en algún resquicio esa esperanza famélica ya, por los días aciagos entre los fríos barrotes de ese inmundo lugar.
Rolando y yo tuvimos a nuestro primer hijo el 5 de noviembre de 1957, veía poco a mi amigo, pasaba los días encerrado en el ático, un lugar acondicionado para que escribiese, nadie sabía lo que escribía hasta que una tarde de verano tocó la puerta de nuestra casa, acababa de recostar a Emiliano en su cuna cuando la chica del servicio me aviso, fui inmediatamente a recibirlo pero él ya se encontraba sentado en el sillón favorito de Rolando, bebiendo su whisky y fumándose uno de sus puros. -A qué debo el honor de tu visita- le dije con un halo de reproche, le dio el último sorbo al whisky mirándome como si trajera un fuego oscuro en los ojos.
-He venido a despedirme.
-¡Oh!, gracias por ser tan considerado, la última vez desapareciste sin más ni más.
-Lo siento, Lilí. No tuve otra alternativa, me voy y esta vez no sé si regresaré... mira, te dejo estos escritos pero no podrás leerlos hasta pasado cinco años, sólo en ti confío.
Lo único que hice fue tomar el paquete envuelto en papel estraza y amarrado con una agujeta vieja; me dio las gracias y sin aviso alguno me propinó un beso que no he podido dilucidar hasta el día de hoy en que se ha cumplido el plazo.
Encontré varios panfletos comunistas, mapas de lugares desconocidos para mí, recortes de prensa, algunos telegramas... y una carta dirigida hacia mi persona.
Amada Lilí:
Antes que todo, quiero agradecerte tu silencio, ese silencio en donde no hace falta que hablemos para decirnos cuánto nos amamos. Estos últimos meses, he estado planeando mi incursión a una guerrilla con los camaradas "gauchos", cuando leas estas líneas quizá esté muerto, sólo quiero que sepas que guardo en mis recuerdos el dulce aroma de tu piel al amanecer, tus visitas constantes al reclusorio, fueron lo único que hicieron soportable ese trago tan amargo; los momentos vividos en la infancia, los días en la lagunita, y las veces que escupiste mi rostro cuando te hacía cosquillas.
Lilí querida, lamento que nunca tuve el valor de decirte cuánto significas en mi vida, que te amé y que te amo con toda mi pasión, tienes que saber que no soy egoísta, sé que conmigo la pasarías mal porque tengo en la cabeza asuntos menos mundanos y prefiero mil veces verte serena, con la vida hecha. Tanto ha sido mi amor por ti que decidí renunciar a despertar contigo todos los días, llevar a nuestros hijos a nadar, comer tus guisos, besar tus mejillas antes de irme a laborar, ¡ay!, Lilí.
Rolando es un tipo aburrido, lo sé porque te he visto bostezar delante suyo, te he visto repasar una y otra vez las imágenes de las tacitas de té de la Tía Jamila, no se puede amar a quién ignora todo el tiempo la existencia de las personas importantes en su vida, ¡pero qué carajos estoy diciendo!, él es tu esposo y yo te extraño todo el tiempo. Él es el padre de tu único hijo, bien o mal es tu compañero, quién ha estado ahí contigo, en las buenas y en las malas. No hagas caso Lilí, esta es una carta desesperada, quisiera escribir tanto... que he sido tonto tratando de justificar mi proceder con respecto a nosotros, debes aceptar que tú también has sido cobarde, ¿por qué nunca se te ocurrió escaparte conmigo?, ¿por qué no me buscaste?, los interminables por qués... sépalo, mi bella dama, que usted es y seguirá siendo parte de mi alma, ya no aquí sino en el etéreo.
Por lo menos podré seguir viendo sus ojos marrones cada vez que vea los de Emiliano, más que mejores amigos,siempre fuimos nuestro secreto mejor guardado.
Su abuelo no sabía que fumaba, así que se las ingenió para guardar los cigarros en una lata de galletas danesas que consiguió en casa de su tía Jamila, quién todas las tardes invitaba a sus amigas a tomar el té y les ofrecía esas deliciosas galletas azucaradas, eran una delicia. Debajo de uno de los libreros estaba su escondite, muchas veces estuvo a punto de ser sorprendido por Don Julián, su abuelo materno, un señor que a pesar de la edad que tenía conservaba un semblante con garbo, unos escasos bigotes blancos y la coronilla pulida, como los franciscanos, reíamos cuando lo comparábamos en el silencio de la estancia. Una de las ventanas daba al patio trasero de la casa, por ahí se escapaba para llevarme a escondidas algunos dulces de nougat blanco con envoltorio de papel de arroz. -Los tomé de la despensa de mi tía Jamila-, musitaba con complicidad, -anda niña, cómetelos, que si nos pilla no me salvaré de una buena zurra-, ya sin miramientos, los metía a mi boca, él me observaba con esos ojazos marrones claros, sonreía al ver mis mejillas a punto de explotar; de pronto, se le ocurría hacerme cosquillas y yo de la risa terminaba escupiéndole en la cara parte de las golosinas.
El día de muertos pasó a mi casa como todos los años a dejar las velas de cera de abeja que le gustaba poner a mi mamá en su altar, pero ese día, tenía el rostro refulgente, le brillaban los ojos, cuando yo le hablaba parecía no escucharme y de lo eufórico que estaba brincó sobre mí, abrazándome tan fuerte que de momento mal interpreté el gesto, -¡Lilí, estoy enamorado!- gritó con vehemencia. -He visto pasar a la chica más hermosa de este lugar-, con una mueca que no terminó de ser sonrisa le dije que estaba contenta de que estuviera tan feliz, no era cierto. Desde aquél día se desaparecería temporada tras temporada. Abril fue su novia por tres meses, - nada serio-, dijo el muy taimado. Sin seriedad tuvo más parejas de las que le he podido contar.
Yo, en cambio, fui comprometida con su primo, Rolando Durán. Entre preparativos de la boda, pruebas de vestido y, cursitos de cocina y bordado llegaba a mi casa para llevarme los libros que le iba pidiendo, dejé atrás los cuentos para dar paso a la literatura en boga. Me enseñó a fumar una semana antes de la fiesta de despedida de solteros que su tía Jamila, -ahora mi tía también- organizó para nosotros los novios. Cof, cof, cof, los primeros dos días, ya para el quinto podía sacar humo hasta por la nariz. Nos divertíamos como cuando éramos unos niños, bien recuerdo aquellas salidas rumbo a la laguna para cazar lagartijas y pescar renacuajos, al terminar liberábamos a la mitad porque la otra ya había muerto con tanto manoseo.
Las tardes comenzaron a hacerse cada vez más cortas, las noches meciendo mis pechos sobre su barbilla húmeda y salada saturaron nuestros días... pero se fue sin decir ni una palabra.
Rolando puede pasar en la sobremesa más de cuatro horas ininterrumpidas platicando con su grupo de trabajo hasta que se percata que las nalgas se le han entumecido, cada vez que voltea a verme para ver si estoy poniendo atención a lo que dice, le sonrío aunque no tenga idea de lo que está vociferando. La tacita de té tornasol con un paisaje asiático me parece más interesante. Acaban de traerle un recado, no ha podido evitar su sorpresa, despide a sus invitados apresuradamente; yo entro a la estancia donde ya nos espera el abuelo Julián, sentado en el sillón rojo de cedro, con bastón en mano y una pipa, aspira profundamente y al sacar el humo nos va comunicando una noticia que me deja helada, Rolando estalla en risa, con sorna se ha referido a su primo -¡revoltoso de mierda!, te dije viejo, que tarde o temprano ese acabaría encerrado y desde ahora te comunico que no moveré ni un dedo para ponerlo en libertad-.
Don Julián no ha tenido tiempo para replicar, Rolando abandonó el lugar intempestivamente, dejándome con la palabra en la boca, intenté consolar al abuelo pero entre dientes me ha dicho que vaya a visitar a su nieto, pues le ha pedido ese favor pensando en que no saldrá de ese hoyo jamás. Accedí sin titubeo ir no una, sino varias veces por el resto del año en que él estuvo cautivo.
Rolando se enteró que le visitaba muy seguido, así que decidió desde su rancia celotipia, mover sus influencias políticas para liberarlo. El abuelo quedó satisfecho sin por ello cambiar sus sentimientos hacia Rolando. El día en que salió de la penitenciaría, Don Julián me invitó a ir por él, ya no era aquél chico desenvuelto, con garbo y de fuerte musculatura, en cambio, recibimos a un barbado, enjuto, con la mirada perdida y el ánimo silente. Le abrazamos cuando llegó a nosotros con sus escasas pertenencias, no habló en todo el camino a pesar de que el abuelo era el más entusiasmado en escuchar sus narraciones revolucionarias; yo, permanecí en silencio, a veces veía sus pequeños ojos marrones para encontrar en algún resquicio esa esperanza famélica ya, por los días aciagos entre los fríos barrotes de ese inmundo lugar.
Rolando y yo tuvimos a nuestro primer hijo el 5 de noviembre de 1957, veía poco a mi amigo, pasaba los días encerrado en el ático, un lugar acondicionado para que escribiese, nadie sabía lo que escribía hasta que una tarde de verano tocó la puerta de nuestra casa, acababa de recostar a Emiliano en su cuna cuando la chica del servicio me aviso, fui inmediatamente a recibirlo pero él ya se encontraba sentado en el sillón favorito de Rolando, bebiendo su whisky y fumándose uno de sus puros. -A qué debo el honor de tu visita- le dije con un halo de reproche, le dio el último sorbo al whisky mirándome como si trajera un fuego oscuro en los ojos.
-He venido a despedirme.
-¡Oh!, gracias por ser tan considerado, la última vez desapareciste sin más ni más.
-Lo siento, Lilí. No tuve otra alternativa, me voy y esta vez no sé si regresaré... mira, te dejo estos escritos pero no podrás leerlos hasta pasado cinco años, sólo en ti confío.
Lo único que hice fue tomar el paquete envuelto en papel estraza y amarrado con una agujeta vieja; me dio las gracias y sin aviso alguno me propinó un beso que no he podido dilucidar hasta el día de hoy en que se ha cumplido el plazo.
Encontré varios panfletos comunistas, mapas de lugares desconocidos para mí, recortes de prensa, algunos telegramas... y una carta dirigida hacia mi persona.
Amada Lilí:
Antes que todo, quiero agradecerte tu silencio, ese silencio en donde no hace falta que hablemos para decirnos cuánto nos amamos. Estos últimos meses, he estado planeando mi incursión a una guerrilla con los camaradas "gauchos", cuando leas estas líneas quizá esté muerto, sólo quiero que sepas que guardo en mis recuerdos el dulce aroma de tu piel al amanecer, tus visitas constantes al reclusorio, fueron lo único que hicieron soportable ese trago tan amargo; los momentos vividos en la infancia, los días en la lagunita, y las veces que escupiste mi rostro cuando te hacía cosquillas.
Lilí querida, lamento que nunca tuve el valor de decirte cuánto significas en mi vida, que te amé y que te amo con toda mi pasión, tienes que saber que no soy egoísta, sé que conmigo la pasarías mal porque tengo en la cabeza asuntos menos mundanos y prefiero mil veces verte serena, con la vida hecha. Tanto ha sido mi amor por ti que decidí renunciar a despertar contigo todos los días, llevar a nuestros hijos a nadar, comer tus guisos, besar tus mejillas antes de irme a laborar, ¡ay!, Lilí.
Rolando es un tipo aburrido, lo sé porque te he visto bostezar delante suyo, te he visto repasar una y otra vez las imágenes de las tacitas de té de la Tía Jamila, no se puede amar a quién ignora todo el tiempo la existencia de las personas importantes en su vida, ¡pero qué carajos estoy diciendo!, él es tu esposo y yo te extraño todo el tiempo. Él es el padre de tu único hijo, bien o mal es tu compañero, quién ha estado ahí contigo, en las buenas y en las malas. No hagas caso Lilí, esta es una carta desesperada, quisiera escribir tanto... que he sido tonto tratando de justificar mi proceder con respecto a nosotros, debes aceptar que tú también has sido cobarde, ¿por qué nunca se te ocurrió escaparte conmigo?, ¿por qué no me buscaste?, los interminables por qués... sépalo, mi bella dama, que usted es y seguirá siendo parte de mi alma, ya no aquí sino en el etéreo.
Por lo menos podré seguir viendo sus ojos marrones cada vez que vea los de Emiliano, más que mejores amigos,siempre fuimos nuestro secreto mejor guardado.
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