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Las Estaciones

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  Habrá sido verano, no recuerdo muy bien porque en esta península parece que se vive en una eterna primavera, con sus ligeros frescores desde septiembre hasta febrero, marzo que es cuando las playas están preciosas y le sigue un periodo de lluvias que generan ese verdor exuberante, pero también los bullangueros mosquitos, ranas y fastidiosas moscas. ¿Quién podría olvidar ese calor, la humedad, la piel pegajosa o el sudor post regaderazo? Yo no olvido con facilidad los fríos humedecidos que, aunque te cubras sientes que te cala los huesos, te hace recordar los tragos amargos, sí, los de café y un buen guaro, los que más se disfrutan en compañía de los recuerdos y con quien compartes también los hubieras, un vicio recurrente en nosotros los viejos. Elisa, una dama tan elegante, con la vida resuelta; venía de una familia adinerada, excelente pedagoga. La vi caminar por ese andén que muchas veces también recorrí llevando y trayendo papeles del despacho de su padre, un viejo muy duro;

Con K de Karen

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 Escribo por hábito, un diálogo interno donde guardo silencio hasta que un suceso, destile suficiente inspiración para hundir los dedos en la herida y acariciar cicatrices antiguas. Escribo para no volverme loca, el mundo me rebasa, me sorprende, me decepciona; no es culpa de nadie ni nada… es solo que, por buena o mala costumbre me cuestiono y al final regreso de ese viaje de dudas a mi lugar favorito: la fantasía. Escribo para ganarme la vida, para decir te amo, por creencia, por lucha, por paz. La letra a tu sangre entra, signos apilados por la emoción,  mi puño y simple grafito que no el habla, son mi mejor medio de comunicación.

El Hogar sin Alma

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Por los cuatro rumbos del mundo camino y abro puerta tras puerta medianas, grandes, marrón y rojas pienso que, quien busca encuentra donde la duda y el asombro junto. Notas de compra, recibos y pagos baratijas y chucherías acumuladas en el recóndito fondo de algún cajón esperan silentes ser aún recordadas como el tesoro más preciado del corazón. Las otroras dudas hoy son nudos por preferencia los he dejado sueltos oliendo a compasión y muerte donde mi desnudez es el insulto en el anonimato de mi sueño. Sigo buscando un indicio de la letra y solo hallo fotos, ajuares y zapatos cachivaches que adornaron la vida cuando esta era radiante primavera antes de que finalizara el contrato. Cada vez más me invade la tristeza conforme avanzo pierdo la esperanza sobrevivir sin ellos es una rareza una casa grande sin un solo libro es un lamentable hogar sin alma…  

Olvidos y Presencias I

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  Quisiera tener, madre tus mismas agallas para verte partir sin poder hacer nada.   Quisiera tener el valor para regalarte tu anhelo que dormida tras el adiós puedas aliviar tanto dolor.   Te contestaré las un mil veces que preguntes por tu recuerdo envuelto en algún trapo viejo donde las paredes guardan silencio.   Entre los pliegues de tu rostro busco tu alma siempre niña a veces como triste conejo y otras como bella golondrina.   Hoy que las hojas del otoño crujen tras cada fuerte pisada del tiempo temo como los frutos y flores la gélida presencia del invierno.

¿Cómo es que tú, ya no existes?

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Y esta lluvia ligeramente fría, fina y un cielo nublado como el azul falto de sol, trae a mi mente tu recuerdo; como una fotografía, tu abrazo cálido, los secretos compartidos, el amor confeso, el arte y el poema. Sin despedida, partiste, como un ave que a pesar del ala herida siguió volando, llenando el viento con un dulce canto de rebeldía. Tu recuerdo también trajo una ligera lluvia a mi corazón, pienso en ti, mi amigo y espero… como espero el día del final, que estés con tu sonrisa extendiéndome tu mano. A mi querido Abraham.

MALACATES: EL HILADO DE ALGODÓN EN EL SUR DE QUINTANA ROO

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“Toma mi llave y agarra lo que quieras”, eso me dijo mi difunto abuelo Lázaro cuando todavía yo era estudiante universitaria y realizaba mis tareas de lengua maya y etnohistoria con su ayuda. Ese día abrí su cómoda y observé que tenía monedas antiguas, libros y un malacate prehispánico maya que había encontrado en su ranchito de Calderitas, Quintana Roo; más o menos en las periferias de lo que fuera la antigua Ichpaatún. Así llegó mis manos el primer malacate, yo no sabía lo que era, de hecho, en un inicio pensé que era una cuenta con la cual yo podría hacer un collar; sin embargo, nunca lo hice y permaneció como tesoro de exposición en uno de mis libreros. El segundo malacate me lo encontré escarbando en un montículo muy derruido, recuerdo que esa vez fui de expedición a los montes de Calderitas con mis primos, si la memoria no me falla, recuerdo que ellos encontraron un pedazo de navaja de obsidiana que tenía un filo muy fino y me parece que un bracito de algún muñeco de barro, l