Más productores y menos tierras cultivadas en Quintana Roo ¿Qué está pasando?
Hace un par de días, se publicaron los resultados definitivos del Censo Agropecuario que se realizó el año pasado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). El último censo de este tipo se llevó a cabo hace 16 años, tiempo suficiente para comparar cómo ha evolucionado esta actividad económica, considerada como primaria y que aquí en Quintana Roo, parece relegada. A pesar de que los productores han aumentado ligeramente, se han dejado de sembrar una cantidad vertiginosa de hectáreas de tierra.
Los datos nos hablan de un Quintana Roo que depende económicamente de poco más del 50% de las actividades generadas por el turismo, el comercio y la construcción. No muy lejano a lo que se puede observar también en las comunidades rurales indígenas, donde hay lugares que dependen exclusivamente del trabajo remunerado como empleados en hotelería y como albañiles, lugares donde la tierra se ha dejado de trabajar; así lo arroja un estudio más focalizado realizado por el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.
Solo el 4% del territorio quintanarroense tiene vocación agrícola y de ese territorio solo 200, 420 hectáreas están aprovechadas en diversos cultivos, entre los que destacan por su importancia, la caña de azúcar, aguacate, calabacita, cítricos, chile, frijol, sandía, papaya, piña, jitomate, calabaza, piña, papaya, sandía, cítricos y recientemente la pitahaya; entre otros.
Resulta que el coyotaje es de todos los males, el menor; ya que existe una relación directa entre los principales problemas que deben sortear los productores y esta vertiginosa disminución de tierras cultivadas; el alza de precios en insumos y servicios encabeza la lista de los primeros cinco problemas, le siguen los factores climáticos, ya que más del 40% de los cultivos son de temporal y cada vez las temporadas de sequía son más largas e inclementes, son muy pocos los productores que han implementado sistemas de riego y tierra mecanizada; después le siguen los factores biológicos y la falta de fertilidad del suelo; un círculo vicioso que afecta a los recursos naturales porque continúan utilizando productos químicos como fertilizantes y pesticidas contra las plagas de los monocultivos.
Afortunadamente ya existen algunos grupos de campesinos en comunidades de Bacalar y José María Morelos, por mencionar algunos, quienes están optando por una agricultura regenerativa con bases agroecológicas y, protección del suelo y el agua.
Finalmente, como a todas las demás actividades, el trabajo agrícola fue afectado por la pandemia del Covid-19, paradójicamente fue un momento en el que parecía que estábamos valorando el trabajo de quienes producen nuestros alimentos, sin embargo, poco duró; pues apenas la dinámica socioeconómica se restableció, volvimos a las viejas prácticas y hábitos de consumo.
El proyecto del Tren Maya promete mucho; la expectativa es alta y las comunidades rurales indígenas han comenzado una carrera injusta para posicionarse en donde su competencia empresarial y turística con mayor capital, les llevan una gran ventaja en esos menesteres.
Quizás es este proyecto gubernamental el que pueda solucionar uno de tantos problemas como la transportación de los productos agrícolas a un bajo costo, lo que puede constituir un parteaguas para hacer más rentable y productivo el campo quintanarroense.
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