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Como aquél cuadro de Salvador Dalí “El médico que no está
buscando absolutamente nada”, hoy frente al buscador de Google, no sé qué
buscar y tampoco me siento con suerte; una mirada perdida en la luminosa pantalla
del ordenador, y todo el mundo son un colibrí dormido dentro de mi cabeza, un
sol bizco y un cuerpo de mujer mutilado; los mejores poemas de Bécquer y
Calderón de la Barca… 36 libros a los 17 y media vida en cuadernos de pasta
dura franceses. Me he regalado una sonrisa de ingenuo recuerdo al mirar los
libreros, el suelo y a un lado de la escalera.
También recuerdo el incendio que acabó con la biblioteca de
Paz, creo que nunca lo superó, sin embargo, estoy segura de que estuvo
eternamente agradecido con el gato que, sin quererlo, salvó su vida. He recordado su muerte, lo escuché en la televisión del cuarto de mis padres, del
impacto caí sentada en la orilla de la cama y me invadió un sentimiento de
orfandad, luego pensé “y ahora qué vamos a hacer”; tardé en sobre ponerme de
tan terrible noticia y releí "El Laberinto de la Soledad". Laberinto al que siempre
regreso para encontrarme, salir al mundo volando y libando sobre un fondo gris.
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