LA ESTRELLA PERDIDA




Entrar en Yucatán, ya con unos años canos, con la mente cincelada de ideas miles obtenidas a través de la enseñanza académica, es hablar de una realidad desamorada, de la bofetada cotidiana deconstructiva, decolonial, que defiendo pero me parece fría porque en el trayecto he sentido la orfandad incrustada en los huesos.

Desde que llegué, ha pasado la eternidad de un parpadeo de sol y luna, es hoy, que movida por un impulso de seguridad y búsqueda; decidí sumergirme  sin oponer resistencia, en el misticismo de la primera letra de amor que hechizó los sentidos de los grandes literatos y poetas del Mayab; y que nuevamente regresa a mí como bocanada de aire fresco cuando me he sentido ahogada por lastimeras circunstancias fuera de mi control.

Salí de la casa en dónde me estoy hospedando con rumbo al cenote Ek Bis, locución maya que significa “estrella perdida”, caminé aproximadamente dos cuadras de callecitas de terracería. Al llegar, me quedé de pie, observando la oquedad en la piedra, de repente el cielo comenzó a nublarse, sentí como las ráfagas de viento cambiaban de temperatura entre lo cálido y lo frío, un trueno me puso sobre aviso, así que comencé a descender con valentía y precaución, encendí la lámpara de mi teléfono celular y caminé sobre un sacbé de piedra caliza, la temperatura cambió, se tornó húmeda y cálida como vientre materno.

Todo era oscuridad, en ese lapso piensas y las ideas se van diluyendo al compás de la gota constante que horada la piedra, maravillada por las columnas formadas por estalactitas y estalagmitas que se han unido al cabo de muchos años, tomé algunas fotografías, llegué hasta el final y mojé mi rostro con agua porque cuentan los oriundos de aquí, que si no lo haces, cargarás los malos aires del inframundo maya. Empapada de sudor, a lo lejos se veía la luz de la salida; entonces mi congoja se convirtió en tranquilidad y el momento feliz será eterno en mi memoria.

Al salir, me quedé nuevamente de pie, el viento comenzó a soplar mucho más fuerte, empezó a lloviznar, entonces caminé para guarecerme bajo una palapa maltrecha que se encontraba justo en frente del cenote, en el camino dije llévenme con ustedes señores bacabes, a viajar por los cuatro rumbos del mundo; justo en frente de mí se coloreaba ante mis ojos un arcoíris, gracias señora Ixchel, apenas terminaba de decirlo, cuando un trueno anunciaba al señor Chaac con una lluvia fuerte y un sol descomunalmente brillante, gracias por esta lluvia regeneradora.

Cuando todo hubo acabado, todo quedó quieto, todo en silencio, volví a tener la sonrisa de la niña que acaba de recibir los regalos preciosos de la naturaleza a cambio de nada, vaya fortuna la mía, la naturaleza como una madre, siempre tiene las mejores respuestas.

El Mayab que me parecía muerto, vive en un pedazo  de mi infancia, se conmueve con los ojos del niño Guy, se envalentona con Manelic, ríe con las travesuras del enano de Uxmal, vibra con “Entre la Piedra y la Flor”, se intriga con la voz prístina de los Chilames, pero sobre todas las cosas, vuelve a latir fuertemente en mi corazón cada vez que la niña emerge de las entrañas de esta tierra y lleva en el rostro la felicidad de haber encontrado su estrella. 

Verano de 2018
Hoctún, Yucatán

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