LA CASITA


Mi nana Clarita me contaba por las noches poco antes de dormir y después de rezar, que hace mucho tiempo existió un ser mágico que dejó su pequeña aldea para ir en busca de aventuras, deseaba ansiosamente quitarle la pereza a su existencia. Buscó un lugar donde levantar una casa alejada lo suficientemente del mar para evitar que las tormentas la destruyeran y lo suficientemente cerca para ir a contemplar cómo nace el sol y la luna tras el paso de la tierra.

Si alguna vez un duende te invita a su casita a beber café por la mañana, procura ser cautelosa, decía. El duende mostrará que está contento de recibirte en su hogar, te enseñará cada rincón no esperando comentario alguno, si te pregunta responde amablemente pero sé sincero, porque a pesar de estar acostumbrado a la soledad, te pilla la más mínima mentira viéndote con sus ojos rasgados y marrones que parecen despedir chispas de un fuego interior. Todo es pequeño en su casa, menos sus desbordantes sueños.

Si el duende te ha invitado café, sólo café te dará, así que no lleves en atraso tu apetito, aunque te llenarás con su plática de entretenidas travesuras. Quieras o no, te presentará a sus amigos de la selva. Ten mucho cuidado porque el duende es muy gruñón, no dudará en mandarte a bañar si siente una ligera brisa de olor a sudor bajo tus brazos.

Si quieres simpatizar con él, llévale un presente para embellecer las paredes de su casa, lo verá con buenos ojos y te divertirás observando como enseguida lo acomoda. El duende querrá contarte de su tristeza pero lo evitará en cuanto se percate que está comenzando a hacerlo, no querrá empañar tu visita con lo añejo de sus recuerdos.

Lo más sorprendente sucede en su casa si el duende no está, por la ventanita la  mañana se tiñe del color de un lago de sal, en el árbol sin hojas se posan y cantan un par de calandrias, y otro de colibríes, los objetos hablan de un ayer que abona un dolor sosegado y ¡los zapatos! Unos viejos, otros no tanto permanecen silenciosos aguardando el momento de adormecerte con su aliento de juventud montaraz. En los cajones de su librero cojo, guarda variadas plumas multicolores, intuirás que son para escribir pero nunca leerás nada de su puño y letra, seguro los ha resguardado muy celosamente.  

Lleva paciencia y tolerancia… pensándolo mejor, acarrea más ternura y comprensión porque el duende ama su trabajo, caza en el viento la luz y sombra del ocaso y del orto. Cuando suene una de las caracolas de su jardín se irá en su navecilla de vaina, por no parecer inhospitalario dejará que te quedes en su casa, te ofrecerá su pequeña cama por si el cansancio llega de improviso a tus ojos. Léeme bien, si al despertar miras que ha dejado su llave, no te la vayas a llevar, procura dejarla bajo su tapete de fibras de coco o te meterás en un problema a la hora de abandonar su mundo.

Cuando le caes bien a un duende, lo sabes porque cuando llega de su trabajo, se quita su camisa de musgo dejando ver sin pudor su pancita peluda, y te platicará de como planeó sobre el viento para burlar a un ave que no le permitía atrapar la sombra de una nube. Verá tu mirada extraviada porque conoce el poder hipnótico de su voz, te preguntará y si no contestas acertadamente te lanzará un improperio, ese duende bromeará sobre tu error, por eso te sugiero que sin avisar le des un beso en una de sus mejillas, y el duende quedará desarmado. Cundo te despidas de él, dale un fuerte abrazo porque cabe la posibilidad de que no lo vuelvas a ver.

Y es así, de todos sus lamentos el que más constantemente oirás será cuando dice que se olvida de las cosas, pero eso lo hace para que en cada encuentro siempre todo sea nuevo. Ese es el truco y el encanto del duende.


Comentarios

Entradas populares de este blog

EL WAAJIKOOL: UN RITUAL AGRÍCOLA EN K’ANTEMO’

La Jícara Celeste

Sisal, el puerto y otras anécdotas