Sin Destino



Iba Adelina caminando por la vieja estación de ferrocarriles, sin rumbo alguno se detuvo a contemplar las paredes arruinadas que expelían un olor nauseabundo, a meados, a cadáveres de animales, pensó que la inmundicia en la cual había estado viviendo se le parecía mucho, no lograba dilucidar si estaba a nada de atreverse a escapar con su antiguo amor de adolescencia y dejar a todos y todo atrás. Pero Saúl nunca llegó, a fin de cuentas tenía una vida acomodada, anhelada por largo tiempo mientras trabajaba y estudiaba simultáneamente, sufriendo la castración de su madre continuamente, extrañando las enseñanzas de su padre difunto y la facilidad con que conseguía amores de una sola noche entre reuniones bohemias de amigos intelectuales y artistas.

Ella deambuló por las rieles sin siquiera derramar una lágrima, después de todo aquella noche del reencuentro todo fue como un huracán y ahora mismo se encontraba en el ojo, a punto de dejarse llevar en sentido contrario a su dignidad fuertemente forjada hasta esa noche en que sucumbió a sus deseos.

Saúl se encontraba tomando una taza de café y fumando un puro que un viejo colega le había obsequiado la noche anterior, leía la prensa matutina sin lograr articular un pensamiento, algo le ha detenido todas las veces que ha tenido la oportunidad de ser ordinario, ese era su deseo más profundo aunque vivía criticando ese estilo de vida que él mismo se negaba. La soledad le venía bien hasta que su miseria le carcomía los sesos sobre una almohada fría, vacía de sueños compartidos.


Adelina susurró al viento un suspiro entrecortado y a los pies de un vagón aventó su minúscula maleta, nadie podría verle llegar con ella al colegio de Miguel.

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