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Mostrando entradas de septiembre, 2014

Ojo de Sol

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La pequeña Isabella se encontraba de mal humor, lloraba con mucho coraje, sofocada por el intenso calor. Su madre, quien ya no podía controlarle con paseos, cantos y vaivenes en la hamaca de crochet agua marina, resolvió sacarle al patio y situarla debajo de un árbol de grosella para que se tranquilizara con la escasa brisa de los otoños peninsulares. La abuela Tina salió a platicar con su hija, la madre de Isa -como cariñosamente le dicen a la pequeña de un año- y al percatarse dónde se encontraba Isa, exclamó: -¡Quita a la niña de allá!, acomódala más en la sombra. -Mamá, está en la sombra. -No, allá le está dando el ojo de sol Por un momento pensé en la creencia del mal de ojo, en lo irascible que podría ser, tratar de protegerse del sol a toda costa o quizá el hecho de conseguir un amuleto que contrarreste  la maldad contenida en el astro solar. -¿Ojo de sol?, cómo que ojo de sol, no entiendo. -Si, mi abuelita Liberata que era maya así nos decía, el ojo de sol son esos p

A favor de la corriente

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Ha muerto un pez, pescado en la noche cuando ni luna lo acechaba, ni estrellas acariciaban sus escamas. Toda fuente de luz ha sido cubierta por un velo viscoso del color de tus ojos que miran hacia un lado por donde escapa un pedazo de mi existencia.

Carta desde un lugar cualquiera (Fragmento)

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QUIERO APRESAR LAS LETRAS DE TU NOMBRE Y GRABARLAS EN MI ESPACIO SIN TIEMPO, PERO ALGUNA SE ESCAPA INCOMPRENSIBLEMENTE DE SU PERFECTO Y NÍTIDO ENGRANAJE. Y TODO QUEDA ROTO TODO DISUELTO EN CAMPO DE CENIZA. ¡SÓLO UNA GRIETA AHOGADA EN EL SILENCIO, UNA DESESPERANZA SIN REMEDIO! PERDONA QUE TE ESCRIBA DESDE UN LUGAR CUALQUIERA, PERO NO TENGO UN SITIO QUE ME INVITE AL DESCANSO; PERDONA QUE NO DIGA TU NOMBRE PORQUE TEMO QUE EL VIENTO MORTAL, LO DESINTEGRE. QUEDA AQUÍ, RESGUARDADO EN ESA ÍNTIMA, SILENTE SOLEDAD QUE ME ENSEÑÓ A ENCONTRARLO MUY ADENTRO, ENCENDIDO Y CONSTANTE EN LA VIGILIA. Margarita Paz Paredes.

EL SECRETO MEJOR GUARDADO

Su nombre comienza con la letra E. Todavía puedo recordar las botas viejas de cuero café oscuro con las suelas desgastadas y manchas de lodo por todas partes, las agujetas eran unas tiras de tela deshilachadas, había perdido las agujetas tratando de amarrar unos encargos a su bicicleta; yo solía acompañarle parada detrás de él, cuando se cansaba, era yo quien manejaba, la mayoría de las veces terminaba los recorridos de ida y vuelta sin soltar el manubrio. Cuando llegaba a su casa, se quitaba las botas y las aventaba hacia la esquina de siempre, ese era su lugar, yo me recostaba en el suelo para leer mi libro de cuentos favorito; él reía cuando sacaba de mi mochila ese librito que papá un día me regaló, decía que esa basura no me serviría, que mi cerebro se estaría llenando de una viscosidad que con la edad se haría más difícil de quitar. Su abuelo no sabía que fumaba, así que se las ingenió para guardar los cigarros en una lata de galletas danesas que consiguió en casa de su tía Jam